El padre Sustaeta

El padre Sustaeta

por Víctor Puigdengolas Sustaeta

Fue un destacado liturgista en los tiempos de la renovación litúrgica potenciada por el Concilio Vaticano II y uno de los primeros ‘curas de la tele’. A estas facetas se une su implicación, siguiendo los pasos de la declaración ‘Nostra Aetate’, con la amistad entre judíos y cristianos. Entregado de lleno a su vocación, el padre Sustaeta tuvo una vida completa y comprometida. En las siguientes páginas daremos unas pinceladas de ella.

José Miguel Sustaeta Elústiza pertenecía a una familia tradicional vasca oriunda de Vergara (Guipuzcoa). Su padre, don Lázaro Sustaeta Arrizabalaga, había sido en su juventud un exitoso jugador de pelota vasca, especialidad ‘cesta-punta’, que llegada la madurez, y con los ahorros que la práctica de aquel deporte le habían proporcionado, emprendió algunos negocios en Cuba, donde adquirió tierras cultivables y fundó una fábrica de cerillas. Su madre, doña Mª Patrocinio Elústiza Ganchegui, pertenecía a una piadosa familia muy vinculada a la causa carlista, una lealtad que conservó ella siempre y que, como veremos más adelante, casi le cuesta la vida.

Retrato de infancia del padre Sustaeta (a la derecha de la imagen) y su hermano Jesús María.

-Infancia y juventud-

El padre Sustaeta nació en la ciudad de La Habana (Cuba) el 3 de septiembre de 1919. La Gran Guerra (1914-1918), y en concreto los submarinos alemanes, que tenían prácticamente paralizado el transporte marítimo transatlántico, había forzado que dos de los cinco hermanos Sustaeta -él y junto con su hermana Mª Blanca– nacieran en la antigua provincia española, dado que la familia transitaba periódicamente entre Vergara, donde tenía fijada su residencia habitual y la isla de Cuba. Fue en una de aquellas travesías donde murió, de un infarto de miocardio y con poco más de cuarenta años, el cabeza de la familia, Lázaro Sustaeta, que dejaba a su viuda en estado de buena esperanza y a cuatro hijos huérfanos, todos ellos de muy corta edad.

Tras la muerte del progenitor, la familia abandona tierras vascas y se traslada a la ciudad de Valencia, a la que les acompañan dos tías del Padre Sustaeta, doña Marcela y doña Paquita, hermanas de su madre. En la elección de la capital del Turia como nueva residencia familiar fue determinante su clima mediterráneo y el hecho de residir en esta ciudad, desde hacía unos años, otra tía del padre Sustaeta, doña Victoria (la tía ‘Bitori’), también hermana de su madre, que junto a su esposo, don Gregorio Gabilondo, habían fundado en Valencia una conocida armería sita en la calle Poeta Bodría.

Sustaeta cursa sus primeros estudios en el Real Colegio de las Escuelas Pías de la calle Carniceros (Pp. Escolapios), donde junto al resto de sus hermanos es un destacado y aventajado estudiante. En su infancia y adolescencia Sustaeta también destacará, junto a su hermano Jesús Mª, por su afición ‘belenista’. Eran de tales dimensiones los belenes que, todas las Navidades, montaban en casa, que descolgaban una puerta para colocar sobre ella todas las figuras del belén y recrear así el paisaje, los personajes, los enseres y las costumbres existentes en Tierra Santa en el momento del Nacimiento del Mesías.

El estallido de la guerra civil española (1936-1939) sorprende a José Miguel Sustaeta como seminarista en Valencia. De esta época hay un testimonio, redactado y entregado por el mismo padre Sustaeta al Tribunal Diocesano constituido con ocasión del proceso informativo sobre la vida, virtudes y fama de santidad del Siervo de Dios don Bernardo Asensi Cubells, sacerdote, confesor y director espiritual, que transcribimos en su literalidad por la claridad expositiva del texto. El testimonio dice así:

«Al poco de concluir mi primer curso seminarístico, se produjo el Alzamiento Nacional del 18 de julio, seguido del estallido revolucionario y guerra civil. Hacia el 27 o 28 de ese mes llegaron a mi casa (sita en la calle Avellanas 17, 3º) dos sacerdotes, con todo sigilo (vestían de seglar), en busca de protección y acogida, pues ya se había desatado la persecución religiosa con incendios (al costado de nuestra casa ardía el Palacio Arzobispal) y encarcelamiento de todo el que hubiera llevado hábitos. Uno de los recién llegados era ya conocido de mi familia, por su origen vascongado, don Jesús Morán, beneficiado de la Catedral, y el otro, don Bernardo Asensi, conocido por mí, pero no por los míos, a quien don Jesús presentó y se le persuadió que ocupara la única habitación disponible de mi casa (éramos ocho de familia), aparejando para dormitorio la salita de recibir que estaba junto a la puerta de entrada al piso, donde alojamos a don Bernardo, pues la habitación era amplia y confortable, con balcón abierto a la calle Avellanas, entonces denominada del primado Reig».

Y continúa narrando el padre Sustaeta: «Durante los siete meses largos, que duró su forzada cautividad, don Bernardo se preocupó ante todo de no causar la menor molestia a la familia, que le había acogido con todo respeto y cariño. Vivía encerrado en su cuarto, sin salir de él más que para lo imprescindible, haciendo una vida retirada, de forma que mi familia podía hacer vida normal recibiendo visitas de amigos y vecinos, sin que estos llegaran a enterarse de la existencia de tal huesped. El único momento que compartíamos con él era el de la Santa Misa, que celebraba todos los días en su cuarto, sin ornamentos, con una copa de cristal como cáliz, y un botecito de plata, que le servía de patena y para guardar el Reservado. Las comidas las hacía en su cuarto y yo era el encargado de llevárselas. Para aprovechar esas horas muertas, me pidió libros formativos; mas, mi incipiente biblioteca religiosa era escasísima: el misalito de Lefévre, el Kempis, las ‘Cartas a Teófila’ sobre espiritualidad y la Biblia completa, en doce tomitos y en rústica, que -según me dijo- era la primera vez que había leído entera, de cabo a rabo. De otros libros, que pudieran interesarle, sólo disponíamos en casa de una Historia de España, en varios tomos, de Modesto Lafuente, que fue leyendo a saltos, haciéndome, de vez en cuando, la crítica de la postura liberal del autor.»

Respecto a las charlas que el padre Sustaeta tenía con don Bernardo, refugiado en su casa, continúa narrando: «Las charretas con don Bernardo. Así llamaba él a los ratos de conversación, a veces a una hora que yo, para animar un tanto su soledad y aprovecharme espiritualmente de sus consejos y experiencia sacerdotal, la de un varón de tal calibre sobrenatural, mantenía con él todos los días antes de llevarle la cena. Era él quien llevaba el peso de la charla, contándome algunas anécdotas de su apostolado (unos ejercicios dados al clero vasco en el Seminario de Vitoria con mucho fruto…)»

En su testinonio el padre Sustaeta sigue exponiendo que, «había dado comienzo el nuevo año de 1937, cuando la presión diplomática internacional, que ya era consciente de las matanzas y persecución religiosa, en la zona roja de España, conminó al gobierno republicano, establecido entonces en Valencia, a que cesara inmediatamente tan desastrosa situación, reprimiendo la actuación criminal de los comités de partidos revolucionarios y que la justicia volviera a sus cauces legales: los tribunales y la policía gubernamental. Estas medidas fueron tenazmente llevadas progresivamente por el entonces ministro de Justicia de la República, señor Irujo, perteneciente al Partido Nacionalista Vasco, con lo cual se reprimieron los paseos, los registros y detenciones, efectuados por milicianos, y llevó una relativa tranquilidad a los que se ocultaban de la persecución, que, aun no conociendo las nuevas disposiciones, sí que pudieron darse cuenta que la situación había cambiado desde el mes de enero.

Así, pues, fueron policías del Gobierno y no milicianos los que hicieron un registro en mi casa, el 27 de febrero de ese año, no en busca de don Bernardo, ni de mi madre (presidenta de la Asociación Femenina Carlista de Las Margaritas), ni de mi otro hermano Ángel (que figuraba como evadido en el cuartel socialista), sino tras el rastro de mi tío, don Gregorio Gabilondo, que tenía una importante tienda de armería en la plaza Rodrigo Botet, 3, armería, que, ya en los primeros días de la revolución, había sido saqueada, teniendo mi tío que refugiarse en el pueblecito conquense de Víllora con su hijo Juan, de mi edad»

Sigue narrando el padre Sustaeta que don Bernardo se presentó ante la policía como sacerdote y pidió a los agentes que no hicieran nada a la familia que le había acogido. Tras la inspección, los agentes se llevaron detenidos al sacerdote, don Bernardo, y a la madre del padre Sustaeta, doña Mª Patrocinio. Y contínua reseñando en su relato: «Ambos terminaron en sendas cárceles, don Bernardo en la Modelo y mi madre en la de mujeres, tras un traslado en un furgón, en el que le hicieron sufrir mucho; pues todo era dar vueltas y más vueltas por calles desconocidas, y a altas horas de la madrugada, por lo que llegó a temer por su vida.

Un mes más tardeprosigue el padre Sustaeta- se celebró el juicio ante uno de aquellos tribunales populares, formados por representantes sindicales y, a veces, algún juez o fiscal de carrera. Era el 25 de marzo (…), que aquel año caía en Jueves Santo, y fueron conducidos los dos inculpados, que tomaron asiento; tomaron también parte las dos hermanas denunciantes, que calificaron a los dos procesados como enemigos de la causa del pueblo (!). Ante esa villanía, no me pude contener y les increpé y amenacé en público, cosa que disgustó al abogado, enviado por la Delegación de Euzkadi para defender a mi madre; pues, habíamos pedido hablar con el mismo ministro Irujo.

Relata el padre Sustaeta que el apoyo dispensado por la Delegación vasca fue del todo providencial. Por lo visto la esposa del ministro de Justicia, don Manuel de Irujo (PNV), encontró por casualidad el nombre de Mª Patrocinio Elústiza, madre del padre Sustaeta, entre los acusados por delitos condenados a pena de muerte. Se dió también la casualidad que la esposa del ministro, doña Aurelia Pozueta Aristizábal, también era oriunda de Vergara (Guipuzcoa) y conocía a la acusada, y pidió encarecidamente a su esposo para que auxiliara a su paisana, como finalmente hizo.

En su testimonio, concluye el padre Sustaeta afirmando que don Bernardo fue condenado a un año de prisión y multa de 10.000 pesetas, y su madre fue absuelta«y quedó libre unos meses,, hasta que la volvieron a encarcelar por discutir, en una tienda, sobre los bombardeos rojos y nacionales; fue condenada a año y medio de cárcel y recluida, en la casa de la Purísima de Alacuás, durante varios meses»

El padre Sustaeta en sus tiempos en el seminario de Valencia.

-Vida sacerdotal-

Estudió en el seminario conciliar central y, terminada la guerra, fue ordenado sacerdote en Valencia, en 1943. Ejerció su ministerio pastoral en Castell de Castells (Alicante) de 1943-1944 y Agullent (Valencia) desde 1944 hasta 1946, en que fue nombrado superior del seminario.

Según consta en el Diccionario de sacerdotes diocesanos españoles del siglo XX «el rector del mismo, Antonio Rodilla, lo escogió para encomendarle la formación de los seminaristas teólogos, hasta que en 1952 le propuso ampliar estudios de Liturgia en el extranjero y asistió a las clases de los más renombrados profesores de esta materia en aquel momento: Dom Chapelle, en la Universidad de Lovaina; Balthasar Fischer, en la Facultad de Teología de Tréveris y Joseph Pascher, en la Universidad de Munich. A través de ellos pudo entrar en contactos con otros afamados liturgistas (Martimort, Jungmann, Gy, Roguet, etc.) y participar en los encuentros internacionales de Estrasburgo en 1952 y Lugano en 1953, que ampliaron su visión de la problemática litúrgica de la Iglesia diez años antes del Concilio»

«Pasados estos dos años de especialización y nombrado profesor de liturgia del seminario, consiguió que desde el curso 1954-55 en adelante esta disciplina entrara en el rango de asignatura principal en los planes de estudio, con clase semanal en los cuatro cursos de Teología. De este modo, y como caso singular entre los seminarios de España, el de Valencia se anticipó en una década a lo que dispondría el Vaticano II en su primer documento magisterial, la Constitución sobre Liturgia»

«También fue capellán del colegio mayor Luis Vives, en 1955. Primero en la comunidad de filósofos y luego en la de teólogos, Sustaeta fue quien introdujo un nuevo espíritu a través de la Liturgia. Formado en la escuela eucarística de Bernardo Asensi, recogió la herencia de los «Amigos de la Liturgia» a través de las clases de Guillermo Hijarrubia, que despertaron su vocación. Luego se puso en contacto con centros especializados de España y el extranjero y en Valencia, con la parroquia de San Juan de la Ribera, donde estaba Alfonso Roig.

Dió un gran impulso al espíritu litúrgico de la comunidad del seminario y al canto gregoriano. Conocedor de la liturgia en toda su profundidad, en cuanto rúbrica y en cuanto contenido bíblico teológico, fue modelando a los seminaristas en el gusto y en el deseo de hacer dignamente su papel de liturgo en la asamblea, en la promoción del apostolado litúrgico, por tanto, en la participación de los fieles en la misa. Trabajó en la liturgia unida a la música»

«Debido a su esfuerzo, se creó en la diócesis en 1955 la Comisión Diocesana de Sagrada Liturgia, de la que fue nombrado secretario. Luego promovió la liturgia a nivel nacional hasta que se constituyó en 1962 la Junta Nacional de Apostolado Litúrgico, de la que formó parte como director del secretariado técnico desde1964. Fue director de los programas religiosos de TVE, profesor del seminario de Madrid y más tarde, delegado de Medios de Comunicación Social. En la archidiócesis de Valencia, en 1977, fue profesor de la Facultad de Teología y asesor religioso de R.T.V.E. (Aita-na)»

De su extenso currículum debemos señalar, además, que fue licenciado en Filosofía y Letras, sección de historia, y en Derecho Canónico, por la Universidad de Comillas, en 1963, y que obtuvo el doctorado en Teología en 1977.

En 1980 fue nombrado canónigo de la Iglesia Catedral-Basílica Metropolitana de la Asunción de Nuestra Señora de Valencia, encargado de sagrada liturgia y finalmente, en 1985, pasó a la situación de emérito.

Como venimos adelantado, una de las facetas más destacadas del padre Sustaeta era la de liturgista: fue miembro fundacional de la Comisión Episcopal de Liturgia (1962) y fundador del Secretariado Nacional de Liturgia y uno de los impulsores de la reforma litúrgica desarrollada por el Concilio Vaticano II.

Sustaeta era consciente de la necesidad de la reforma litúrgica emprendida durante el Santo Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), pero lamentaba que la pastoral liturgica -esto es, la acción de la Iglesia que busca que el Pueblo de Dios participe activa y conscientemente en la celebración del culto- hubiera sufrido un paulatino oscurecimiento a los pocos años de concluir el Concilio. En palabas suyas «promulgado el nuevo Misal Romano cabía esperar un incremento de esta línea pastoral al contar el pueblo cristiano con tan valioso elemento para la celebración eucarística. Sin embargo el resultado no ha correspondido a las expectativas y salvo el trabajo material de las traducciones oficiales, la reaparición de los misales de fieles y el necesario habituamiento de los nuevos textos y ritos, no se ha emprendido la debida acción pastoral para familiarizar con su contenido la vivencia espiritual de las comunidades cristianas».

Para Sustaeta, «ninguno de los dos Misales romanos, tanto el antiguo como el nuevo (en referencia a los Misales derivados de los Concilios de Trento y Vaticano II), debe su existencia a la reasunción integral de algún prototipo anterior, un inexistente ‘ur-exemplar’ que proviniera de la época apostólica; sino más bien a la labor de la expurga y selección de códices antiguos, junto con el asesoramiento de los expertos en la materia. Uno y otro misal son el producto de una labor crítica y de erudición, más o menos logrados conforme a los medios y estado de la ciencia litúrgica en el tiempo de su aparición. En ambos el principio invocado era el de la ‘repristinización’, la vuelta ad pristinam sanctorum Patrum norman, es decir, a la tradición litúrgica más genuina, según lo que en una y otra época se podía alcanzar». En este sentido, afirmaba Sustaeta que al igual que el Concilio de Trento surgió «en el fragor de la lucha contra el protestantismo y en un ambiente de confusión e ignorancia por parte del pueblo cristiano respecto al verdadero significado y culto de la Misa (…) la reforma litúrgica del Vaticano II, por el contrario, no se ha debido ni a errores, ni a abusos, ni a herejías precedentes, sino a potísimas razones de índole pastoral: la mejor comprensión y participación de los fieles en la Eucaristía, por unos ritos más simples y expresivos, expurgados de adherencias expúreas y enriquecidos con elementos otrora caídos en desuso»

En palabras del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española, «el profesor Sustaeta ha pretendido estudiar en profundidad la temática eucarística subyacente en el nuevo misal, para tratar de descubir el rico filón teológico contenido en los diversos estratos litúrgicos, que nos revelan una concepción de la Eucaristía muy distinta a la de los manuales de teología en uso hasta hace poco, y más asequible a la piedad y a la pastoral de la actualidad».

-El cura de la ‘tele’-

Durante el tiempo que reside en Madrid fija su residencia en el Colegio Mayor Santa María y dirige el programa religioso de Misa televisada, ejerce de asesor de Televisión Española (1964-1974), y desempeña la labor de censor (religioso, no político) en las postrimetrías del régimen del general Franco. Ciertamente, el padre Sustaeta fue un censor poco escrupuloso, que achacaba a la mojigatería propia de la época, y no a razones de fondo, buena parte del celo censor. Una anécdota muy reveladora de su criterio como censor trae causa con la exhibición de la película ‘Jesucristo Superstar’, opera rock compuesta por Andrew Lloyd Webber (1971) que se adentra en la psicología de Jesús desde el punto de vista de Judas Iscariote, su discípulo traidor. Para ver la filmación, que había recibido fuertes críticas de ciertos sectores cristianos, se reunieron en un cine madrileño un obispo junto a un equipo de censores, entre los cuales se encontraba el padre Sustaeta. Tras la exhibición cinematográfica un primer censor, en un intento de agradar al obispo allí presente, argumentó su férrea oposición a la exhibición pública de la película. Tras su intervención tomó la palabra el padre Sustaeta, que apoyado en su virtuosa oratoria, desmontó la argumentación anterior, alegando, entre otros motivos, que dicha película acercaba la figura de Jesús a la juventud, y consiguió que la exhibición pública de la película fuese finalmente autorizada. Posteriormente, fue delegado de medios de comunicación de la Diócesis de Valencia (1977).

-Vergara y sus raíces vascas-

Aunque su vida transcurre entre Madrid y Valencia, Sustaeta no olvidará nunca sus raíces vascas. De hecho conservará intacto el eusquera aprendido en casa y veraneará todos los años, hasta que la salud se lo permita, en su residencia de Vergara, en la comarca del Alto Deba. De esta localidad, muy vinculada a la familia Sustaeta, son nombrados ‘hijos ilustres’ dos familiares del padre Sustaeta, también sacerdotes:

  • Don Juan Bautista Elústiza Ganchegui (1885-1919), sacerdote, organista y compositor. Fue Maestro de Capilla de la Catedral de Palencia (1908-12) y, posteriormente, organista de la de Sevilla (1912-1919) , donde fue presidente de la Sección de Música del Ateneo sevillano. Escribió el libro ‘Estudios musicales’ y ‘Antología Musical Polifónica de Autores del s. XV y XVI’.
  • Don Eustaquio Azcarate-Ascasua Ganchegui (1887-1965). Al igual que el anterior, sacerdote , organista y compositor. Fue autor de obras notables de música coral religiosa y profana. Fue organista en la iglesia de San Pedro de Ariznoa y presumía de no haber salido nunca de su pueblo, Vergara.

Contaba el padre Sustaeta que en las fiestas locales acostumbraba aprovechar parte de la homilía para recordar a la feligresía, muy influenciada por el nacionalismo vasco, sus raíces profundamente católicas y españolas, y a tal fin recordaba que fueron insignes vascos como Miguel López de Legazpi, San Martín de Aguirre, San Ignacio de Loyola o Juan Sebastían Elcano quienes habían tributado a España algunas de sus mayores glorias. Eran los ‘años de plomo’ de la banda terrorista ETA, pero Sustaeta ni se amilanaba fácilmente ni tenía pelos en la lengua.

El padre Sustaeta, en pie, en un acto organizado por Amistad Judeo-Cristiana

-Amistad Judeo-Cristiana-

En la década de los 90 años fundó, junto al Dr. Francisco Fontana Tormo, la asociación Amistad Judeo-Cristiana, pero su relación con el mundo judeo-cristiano venía de lejos. En palabras de don Francisco Fontana, presidente de la asociación, discípulo y amigo personal del padre Sustaeta, éste tuvo su primer contacto con el Judaísmo en una travesía en barco a Argentina, donde tuvo ocasión de conocer a una familia judía y compartir con ella algunas de sus celebraciones religiosas. A partir de entonces Sustaeta se interesará por el mundo judío, peregrinará repetidas veces a los Santos Lugares y colaborará desde el principio con la primera Amistad Judeo-Cristiana, fundada en 1961 por las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de Sión, entidad que luego será sucedida por el Centro de Estudios Judeo-Cristianos, a la que también pertenecerá y colaborará Sustaeta. De esta época data la buena amistad de Sustaeta con Sor Ionel Mihalovici, con el Rabino Baruj Garzón y con don Samuel Toledano.

Sustaeta situaba el antisemitismo en los mismos orígenes de la religión cristiana. En una de las conferencias organizadas por la primera Amistad Judeo-Cristiana afirmaba que «Cristo era un judío y los primeros cristianos también, no puede comprenderse (el Cristianismo) fuera de la raíz mosaica» y remontaba las primeras divergencias judeo-cristianas al reconocimiento del día del Señor: sábado para los judíos y sábado para los cristianos. Dicha disociación se remontaba, según Sustaeta, a San Ignacio de Antioquía.

A finales de los años 80, y por mediación de Sor Ionel Mihalovici, hermana de la Congregación de Nuestra Señora de Sión y directora del Centro de Estudios Judeo-Cristianos, se ponen en contacto varios suscriptores de la revista ‘El Olivo’, que edita el Centro de Estudios Judeo-Cristianos. Entre estos suscriptores, todos ellos residentes en Valencia, están don Francisco Fontana Tormo, médico neurocirujano, doña Mari-Cruz Tomás y doña María Teresa Soler, además del padre Sustaeta, a quienes Sor Ionel anima a contituir en Valencia una asociación de amistad judeo-cristiana. Los primeros contactos de este grupo alumbrarán el primer Seder Haggada Pesaj, que tuvo lugar el 10 de abril de 1990 en el Convento de Reparadoras de la calle Gobernador Viejo de Valencia, y que fue propuesto y dirigido por el padre Sustaeta. En el mismo expuso magistralmente las relaciones entre la Eucaristía cristiana y la Pascua judía.

La asociación se constituiría oficialmente el 20 de enero de 1994, con la aprobación de los Estatutos por parte del Arzobispo de Valencia, don Agustín García-Gascó, coincidiendo con fiesta de Nuestra Señora de Sión, en la que se conmemora el Milagro de la Medalla Milagrosa. Sustaeta participará activamente en la asociación, hasta que la salud deje de permitírselo, presidiendo y dirigiendo las conferencias y actos que se organizaban.

-Bibliografía-

El padre Sustaeta escribió varios libros y manuales, todos ellos sobre Liturgia. De su bibliografía destacan «Misal y Eucaristía», editado por la Facultad de Teología San Vicente Ferrer (1979) y prologado por el cardenal Tarancón: «Participación en la Misa», editado por la Comisión Diocesana de Sagrada Liturgia (1957); «Misal Breve», editado por la Editorial Verbo Divino (1965); “La concelebración eucarística”, editado por Anales Valentinos 73 (1992): “El nuevo Ritual del matrimonio”, editado por Phase (1970); “Presencia de los santos en el calendario y su celebración en el Misal”, editado también por Phase (1986) y «La concelebración eucarística», de la editorial Anales Valentinos 73 (1992)

«Misal y Eucaristía», uno de los libros más conocidos del padre Sustaeta

-Enfermedad y muerte-

En los años ochenta el padre Sustaeta enferma de cáncer, lo que le lleva a visitar la Clínica Universitaria de Navarra en repetidas ocasiones. Lleva su dolencia con admirable serenidad y entereza, y en su enfermedad es atendido por una seglar llamada María, vecina de Mislata, que según el autor de estas líneas, posiblemente tenía fama de santidad. El padre Sustaeta concelebra todos los días la Santa Misa de las ocho de la tarde en la parroquia de San Francisco Javier de Valencia (Pp. Reparadores) y cuando la enfermedad se lo impide celebrará el Sacrificio de la Misa en su domicilio particular, sito en la calle Vinalopó de Valencia.

Fallecio en Valencia el domingo 10 mayo de 1998, coincidiendo con la festividad de la Virgen de los Desamparados, después de toda una vida de fiel y constante entrega a Dios. La misa exequial se celebró en la parroquia de San Francisco Javier, de Valencia, y estuvo presidida por el obispo auxiliar, don Rafael Sanus Abad. Sus restos mortales fueron enterrados en el panteón que tiene la familia Sustaeta en el cementerio de Vergara (Guipuzcoa).

El padre Sustaeta saludando a San Juan Pablo II en su visita a la ciudad de Valencia (1982)

Fuentes:

  • Diario ABC del miércoles 6 de mayo de 1970, pág. 53.
  • «Fiel al Plan de Dios. Biografía de Bernardo Asensi Cubells, sacerdote, confesor y director de almas», de José Aliaga Girbés. Edicep (1998)
  • «Misal y Eucaristía», Facultad de Teología San Vicente Ferrer (1979)
  • BOAV 1998, 309-310.
  • CÁRCEL, DICCIONARIO DE SACERDOTES DIOCESANOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XX ,1116-1117.
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